Weimar 1919. |
¿Recuerdan aquel discurso esperanzador y esperanzado sobre la arquitectura moderna a
principios del siglo veinte?
Entonces se pensaba que era posible
cambiar el mundo y, que con la modernidad llegaríamos a vivir un mundo feliz…
No se trataba de una utopía, ni de
discursos con un contenido sólo ideológico. Aquella era una convicción basada
en posibilidades concretas, de nuevos y mejores modos de vida, más adecuados
para todos. Era una convicción de que mejorar era posible y lo era avanzar la
cultura de habitar.
No se trataba sólo de la vivienda y/o de
la arquitectura en general, se trataba también de todo el universo de objetos
usado en la vida cotidiana y abarcaba además la ciudad, considerada con todos
sus componentes.
En el discurso de la modernidad temprana,
existía la convicción de la necesidad de cambiar todo el entorno artificial,
para adecuarlo a los avances
tecno-científicos y aproximarlos a una cultura de habitar, llena de valores
renovados de economía, funcionalidad, eficiencia…La función, la tecnología, lo
económico y objetivo, se suponía nos brindarían
un mejor mundo, un mundo feliz.
La arquitectura moderna se consolidó por
los cambios propuestos con base en la
revisión de las necesidades y aspiraciones humanas en cuanto a su hábitat y por
la aplicación a su proceso de un diseño/construcción de nuevos materiales y tecnologías, lo cual hizo
replantear los problemas arquitectónicos y la forma de los edificios. Se hizo
una revisión también, del enfoque de la arquitectura como arte, basada en el
gusto y la imaginación, por uno más racional y hasta más científico, escapando
de los estilos y la moda. Claro que
algunas tendencias, no compartían esto y reivindicaron desde finales de
los años veinte, el carácter creativo y la capacidad de emocionar que debía
tener la arquitectura.
El colectivismo de los años treinta del
siglo pasado, marcó este discurso con un tinte socialista (Socialismo Fabiano,
social democracia, nacional socialismo, anarco –socialismo).Pero no es cierto
que en su conjunto la arquitectura moderna promoviera el colectivismo y el
diseño anónimo, ya que las mismas tendencias mencionadas antes, defendieron al
individuo arquitecto como autor y la
estética, pero alejada de estilos tradicionales y acentuando la concepción
espacial.
Con las dos guerras mundiales, el sueño
terminó, volviéndose pesadilla y lo que se consolidó en la posguerra fue una
caricatura de las propuestas y ejecutorias de la modernidad.
Desde
el fondo, el contenido ideológico sale a flote y ya no disimula la lucha entre las élites de
las diferentes “potencias” europeas y las emergentes en América y Rusia, por
lograr la hegemonía y controlar avances tecno-científicos y apoderarse de los
mercados.
Además en
la idea de cultura de habitar (Wohnekultur), existía un trasfondo
romántico y populista (Volkgeist), que entendía el desarrollo de la
arquitectura, como evolución lenta, casi sin afectación de “caprichos” y gustos
individuales. Se suponía que había un modo “natural” de construir y diseñar. La
arquitectura se consideraba crucial para renovar la sociedad y debía guiarla
hacia el socialismo.
Se suponía para este efecto, que surgía
un hombre nuevo, que produciría un arte
y arquitectura prácticos, para las auténticas aspiraciones y necesidades sociales. Se trataba de un Arte
objetivo, dirigido a la utilidad, con una nueva estética, próxima a la ética y
a lo social.
Pero, con el resultado de la segunda
guerra mundial, el mundo quedó dividido en dos mitades: Una socialista y la
otra capitalista, la cual termina imponiéndose y por imponer su visión
burguesa sofisticada, a menudo opuesta a todo lo “usable, apilable y lavable”,
implícito en buena parte de esa primera
modernidad.
Pero, ¿Existieron en realidad “el nuevo
hombre” socialista y aquel mundo feliz?
El hombre humanista, ateo, liberado y con
mala memoria…colectivista, nunca existió. El mundo feliz, o algo parecido a él,
se dio de pronto en países gobernados por la social democracia, como en la
Alemania de Weimar, atacada al tiempo por nazis y comunistas y, que nos legó
una arquitectura residencial (Siedlung), que marcó los proyectos de vivienda
todo el siglo veinte.
Pero en buena parte de aquel enfoque se
daba apoyo explícito a todo arte anónimo, colectivo, consecuente con la idea de
un mundo feliz y del “nuevo hombre”. Esto era al tiempo un ataque explicito a
lo individual, a lo sofisticado, propio de conocedores, élites y artistas a la
moda, que se pensaban resultante del
ascenso de “nuevos ricos” iletrados y toscos… Así, el mundo feliz, pudo ser, en
el caso alemán, la efímera república de Weimar, atacada como vimos, por derecha e izquierda hasta su
disolución.
Lo que hoy tenemos es en parte
consecuencia de este fallido intento y del “triunfo” en la posguerra de una
arquitectura “más artística”, ligada a clases medias y élites, gran productora
de imágenes e iconos y, no pensada sólo como un servicio comunitario.
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