domingo, 4 de octubre de 2020

¿UN MUNDO FELIZ?


Weimar 1919.

¿Recuerdan aquel discurso esperanzador  y esperanzado sobre la arquitectura moderna a principios del siglo veinte?
Entonces se pensaba que era posible cambiar el mundo y, que con la modernidad llegaríamos a vivir un mundo feliz…

No se trataba de una utopía, ni de discursos con un contenido sólo ideológico. Aquella era una convicción basada en posibilidades concretas, de nuevos y mejores modos de vida, más adecuados para todos. Era una convicción de que mejorar era posible y lo era avanzar la cultura de habitar.
No se trataba sólo de la vivienda y/o de la arquitectura en general, se trataba también de todo el universo de objetos usado en la vida cotidiana y abarcaba además la ciudad, considerada con todos sus componentes.

En el discurso de la modernidad temprana, existía la convicción de la necesidad de cambiar todo el entorno artificial, para adecuarlo  a los avances tecno-científicos y aproximarlos a una cultura de habitar, llena de valores renovados de economía, funcionalidad, eficiencia…La función, la tecnología, lo económico y objetivo, se suponía nos brindarían  un mejor mundo, un mundo feliz.

La arquitectura moderna se consolidó por los cambios  propuestos con base en la revisión de las necesidades y aspiraciones humanas en cuanto a su hábitat y por la aplicación a su proceso de un diseño/construcción de  nuevos materiales y tecnologías, lo cual hizo replantear los problemas arquitectónicos y la forma de los edificios. Se hizo una revisión también, del enfoque de la arquitectura como arte, basada en el gusto y la imaginación, por uno más racional y hasta más científico, escapando de los estilos y la moda. Claro que  algunas tendencias, no compartían esto y reivindicaron desde finales de los años veinte, el carácter creativo y la capacidad de emocionar que debía tener la arquitectura.

El colectivismo de los años treinta del siglo pasado, marcó este discurso con un tinte socialista (Socialismo Fabiano, social democracia, nacional socialismo, anarco –socialismo).Pero no es cierto que en su conjunto la arquitectura moderna promoviera el colectivismo y el diseño anónimo, ya que las mismas tendencias mencionadas antes, defendieron al individuo arquitecto como autor y  la estética, pero alejada de estilos tradicionales y acentuando la concepción espacial.

Con las dos guerras mundiales, el sueño terminó, volviéndose pesadilla y lo que se consolidó en la posguerra fue una caricatura de las propuestas y ejecutorias de la modernidad.

Desde  el fondo, el contenido ideológico sale a flote y  ya no disimula la lucha entre las élites de las diferentes “potencias” europeas y las emergentes en América y Rusia, por lograr la hegemonía y controlar avances tecno-científicos y apoderarse de los mercados.

Además en  la idea de cultura de habitar (Wohnekultur), existía un trasfondo romántico y populista (Volkgeist), que entendía el desarrollo de la arquitectura, como evolución lenta, casi sin afectación de “caprichos” y gustos individuales. Se suponía que había un modo “natural” de construir y diseñar. La arquitectura se consideraba crucial para renovar la sociedad y debía guiarla hacia el socialismo.

Se suponía para este efecto, que surgía un  hombre nuevo, que produciría un arte y arquitectura prácticos, para las auténticas aspiraciones  y necesidades sociales. Se trataba de un Arte objetivo, dirigido a la utilidad, con una nueva estética, próxima a la ética y a lo social.
Pero, con el resultado de la segunda guerra mundial, el mundo quedó dividido en dos mitades: Una socialista y la otra capitalista, la cual termina imponiéndose y por imponer su visión burguesa sofisticada, a menudo opuesta a todo lo “usable, apilable y lavable”, implícito en buena parte de  esa primera modernidad.

Pero, ¿Existieron en realidad “el nuevo hombre” socialista y aquel mundo feliz?

El hombre humanista, ateo, liberado y con mala memoria…colectivista, nunca existió. El mundo feliz, o algo parecido a él, se dio de pronto en países gobernados por la social democracia, como en la Alemania de Weimar, atacada al tiempo por nazis y comunistas y, que nos legó una arquitectura residencial (Siedlung), que marcó los proyectos de vivienda todo el siglo veinte.

Pero en buena parte de aquel enfoque se daba apoyo explícito a todo arte anónimo, colectivo, consecuente con la idea de un mundo feliz y del “nuevo hombre”. Esto era al tiempo un ataque explicito a lo individual, a lo sofisticado, propio de conocedores, élites y artistas a la moda,  que se pensaban resultante del ascenso de “nuevos ricos” iletrados y toscos… Así, el mundo feliz, pudo ser, en el caso alemán, la efímera república de Weimar, atacada  como vimos, por derecha e izquierda hasta su disolución.

Lo que hoy tenemos es en parte consecuencia de este fallido intento y del “triunfo” en la posguerra de una arquitectura “más artística”, ligada a clases medias y élites, gran productora de imágenes e iconos y, no pensada sólo como un servicio comunitario.


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