La choza es el germen de la casa y ambas son producto de síntesis y decantación. Según G. Pagano, ella traduce ausencia de preocupaciones dogmáticas y su concepción debe mucho a necesidades funcionales/constructivas.
En áreas rurales y pequeños poblados han estado siempre sus ejemplos más interesantes, por conservarse allí, el carácter que en las ciudades se pierde, de lo natural y de lo simple.
No existen acá las deformaciones de arquitecturas “profesionales”. Esas casas son parte de la historia de los seres humanos sencillos, por ser genuinas y honestas, como la gente laboriosa del campo.
Oswaldo Spengler, por su parte las llama casas de “paisanos”, siendo según él, producto del ser que cultiva, que no saquea la naturaleza, sino que la pone a producir lo justo. Acá el mismo hombre se amiga al suelo, como lo que él planta, la naturaleza así es la amiga de todos y la tierra es la madre. Dentro de esa madre la casa campesina o aldeana echa sus raíces.
Esas casas rurales, populares, adecuadas a las necesidades laborales y vitales, son otra herramienta de trabajo.
Pagano en Italia resaltaba la vitalidad de esas casas y la persistencia de sus valores, que tienen como un antídoto o vacuna, contra todo academicismo o formalismo vacío, lo ampuloso y el falso esteticismo de muchas viviendas urbanas.
Mies van der Rohe por su parte pedía en un texto suyo poco difundido, que condujéramos a los estudiantes de arquitectura por la ruta de la disciplina de los materiales, “por el mundo sano de los métodos constructivos de la arquitectura anónima, en la cual había una razón en cada golpe de hacha y expresión en cada bocado de cincel”…” En estos edificios está almacenada la sabiduría de toda una generación”.
Estas casas, producto artesanal, dada su adaptabilidad muestran en todo el mundo gran variedad en su distribución, usos y formas.
Recordando de nuevo a Spengler, debemos considerar la casa, como una planta, que “empuja sus raíces en el propio suelo”. Ellas son así, como un fruto que brota en cada región o lugar con las características de su gente y de su paisaje.
Con la era “maquinista” se desintegró la coherencia y eficiencia de las comunidades signadas por lo artesanal. ¿Pero, cómo humanizar el impacto de la máquina?, si además la ciudad creció más allá de toda escala humana. ¿Cuál debe ser entonces la vivienda para la gran ciudad de la época de la globalización?
Lo primero es que no se trata de casas aisladas o agrupadas casi sueltas como en el contexto rural o las aldeas, sino teniendo en cuenta todas las relaciones entre ellas y el resto de ciudad, para lo cual deben hacerse proyectos orgánicos de ciudad o de sector, que precedan a las viviendas mismas, como su requisito previo.
La escala mínima para esto, bien puede asemejar en teoría, aquella de las unidades vecinales propuestas por el urbanismo moderno (Gropius y otros), de 5.000 a 8.000 habitantes, lo cual supone un equipamiento mínimo: Escuelas, comercios, algunos servicios asistenciales, culto y a continuación según Gropius, grupos de cinco a diez de estas unidades, hasta llegar a la escala de la ciudad o metrópolis. Con esta idea, que puede sonar un tanto utópica, se ligaba la intención de recuperar la escala peatonal.
Pero la realidad de la casa popular hoy, en plena globalización y con ciudades fragmentadas es otra: Proyectada en tiempo presente, nuestra ciudad demuele todo vestigio pasado en deterioro y, se desenvuelve como una sucesión inconexa de espacios a su propia suerte o, “legalizados” para integrarlos. (Áreas subnormales, como se las llama, con eufemismo).
¿Necesita la ciudad de hoy viviendas de interés social o viviendas dignas? Parece una pregunta tonta o ingenua, pero la vivienda digna en el sistema capitalista, no es ninguna prioridad. Aquí la vivienda es una mercancía y, ni siquiera las opciones cooperativas pueden o han podido dar respuesta a esto: Tanto cooperativismo, como la “ayuda mutua” lo han intentado sin lograrlo.
En Medellín la alcaldía ha seguido “dando” vivienda de “interés social”, construida con fondos estatales y este año construirá y entregará 18.000 “soluciones”. Se trata de vivienda subsidiada y con la participación del sector privado, con calidad bastante discutible…no logra ser una vivienda digna. La arquitectura ha cedido ante el mercado inmobiliario. La vivienda, desde la segunda mitad del siglo pasado devino un producto más, que se oferta en el mercado, para bien o para mal. La política de subsidios posibilita que la población de menor ingreso, acceda mal que bien a la vivienda en oferta, sin que su precio altere los del mercado.
Pasada la fase, del Estado como “productor” de vivienda, tomó en casi todo el mundo, forma la actual que depende como vimos por entero de las leyes del mercado.
Sus valores, sobre todo de la que se ofrece para los estratos de menor ingreso, son casi por entero valores cuantitativos: Número de metros cuadrados de área, número de alcobas, de puntos fijos, de equipamiento complementario y rentabilidad. En lo tipológico, espacial y estético encontramos pocos, por no decir ninguno. Esto no es exclusivo de la “vivienda popular”, ya que las ofertas para estratos medios y altos son igualmente carentes de valores arquitectónicos, incluyendo su funcionalidad. Lo único que las diferencia, es la localización más o menos adecuada (Léase en zonas de alto valor de tierra), mejores, (Más costosos) acabados y/o equipamientos. Hay que reconocer que ahora no es tan monótona como era la estatal y, que ahora es más eficiente y posee la estética de la racionalidad del capital, aún dentro de un capitalismo en crisis.
La casa popular de la que hablaba Sacriste, no tiene vigencia alguna en grandes ciudades ni metrópolis hoy. Ellas sobreviven como fragmentos conservados que evaden leyes de economía urbana o que mediante subsidios y excensiones, equilibran los costos de tales leyes.
Por lo general la casa urbana popular, fue reemplazada por el edificio multifamiliar, torre o “pastilla”, que reina en su anonimato dentro de la ley inmobiliaria de máximo beneficio. No hay lugar hoy tampoco, para los procesos artesanales de la casa popular, ni para su enraizamiento.
A principios del tercer milenio no existe alternativa unifamiliar para el pobre urbano, ya ni siquiera en la inmensa periferia de la ciudad desparramada, ni siquiera en suburbios y/o ciudades dormitorio cercana. Tal vez aplicando el concepto de ciudad región, bien podrían preservarse algunos sectores de antiguas periferias y/o islotes que sobrevivieron a la realidad económica del siglo XX.
La casa popular como tal es un tipo arquitectónico extinto en la ciudad contemporánea. Tampoco tiene sentido siquiera intentar actualizarlo: Él pertenecía a un mundo pre-urbano y pre-capitalista vigente hoy sólo en lugares muy apartados de este planeta globalizado. Por otro lado la arquitectura como artesanía u oficio, que usa la mano para diseñar, que liga pensar y hacer y obliga a un construir con contenidos artesanales, sigue existiendo, pero muy lejos de la casa popular tradicional y del diseño de la forma urbana.
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